Este articulo fue publicado primero en El Universal.
“Esta vez están siendo más cuidadosos” un viejo amigo me dijo mientras almorzábamos en la White House Pizzería, en Estelí, en el norte de Nicaragua. “Los momentos han cambiado, no pueden ser tan radicales”. Afuera, guindando a plena luz del sol, una pancarta enorme con la cara sonriente del presidente Daniel Ortega anunciaba una revolución “Socialista, Cristiana y Solidaria” sobre un trasfondo rosado. La gente en las áreas pobres del país hablan del “plan techo” y el programa “hambre cero”. “Están trayendo electricidad directamente a mi casa,” me dijo el presidente de uno de los comités del Poder Ciudadano -una organización dirigida por Rosario Murillo- y que existe inconstitucionalmente como un quinto poder del Estado. “Ahora tenemos calles nuevas, y podemos fiscalizar al gobierno local”.
A pesar de los intentos del presidente Ortega en venderse como un “convertido” al pacifismo, el pueblo nicaragüense tiene razón en estar cauteloso. Después de las elecciones fraudulentas en 2008, en que robaron múltiples municipalidades de la oposición -incluyendo Managua- Ortega ha tomado nueve municipalidades que no logró ganar ni con el fraude a la fuerza. Han cerrado más de veinte estaciones de radio y comprado o amenazado a varios otros de televisión. En diciembre de 2010 la Asamblea Nacional pasó una trinidad de leyes de “seguridad nacional” que dará a Ortega más control político sobre las Fuerzas Armadas y policía -instituciones que gozan de mucho respaldo popular en Nicaragua. Más importante aún es la manipulación del Poder Judicial, que por pedido de Ortega dictó una orden que declara un “derecho ciudadano” su reelección este año.
Aun con todo esto, yo me sorprendí más por un aspecto inesperado de la segunda revolución sandinista. Yo me imaginaba que esta revolución -como la de Venezuela- oliera a sangre. Pero, sorprendentemente, me encontré que la revolución de Ortega huele mucho más a otra cosa -dinero. “Este es el hotel que Ortega compró,” mi taxista me dijo mientras paramos en el Seminole en el centro de Managua, “con esto vino varias fincas. Pagó $12 millones de dólares. También ha comprado Canal 8 de TV, que le costó 8”. Y la lista continúa. Muy lejos de la reencarnación del Daniel Ortega de los ’80 -parece más la reencarnación de otro dictador nicaragüense- el caudillo Anastasio Somoza. Desde su elección en 2006, Daniel Ortega se ha convertido probablemente en el hombre más rico de Nicaragua.
El financiamiento para las actividades capitalistas de Daniel Ortega viene de una fuente inusual, el presidente venezolano Hugo Chávez. Inmediatamente después de firmar su adhesión al ALBA, los presidentes Chávez y Ortega hicieron un acuerdo energético. Este acuerdo dejó a Pdvsa enviar petróleo a Petronic, la estatal petrolera de Nicaragua por un descuento del 50%. El excedente fue dirigido a financiar a Albanisa, una empresa perteneciente a Ortega y su familia. Desde Albanisa se han extendido los brazos del pulpo, con empresas de alimentos, electricidad, transporte, turismo, y seguridad (entre otras). En un negocio redondo, Ortega hace el pago del dinero debido por el Estado nicaragüense en caraotas o ganado de sus propias fincas compradas con plata del ALBA, así cerrando el círculo.
En 2010 el financiamiento de ALBA para Nicaragua llegó a $400 millones, con un monto casi igual para 2009 y un monto previsto similar para 2011.
Para los nicaragüenses, la situación se complica siempre más. El dinero de Venezuela ayuda a la solvencia del Estado. Pero, como siempre, la cooperación internacional viene con un precio. El presidente Chávez, que ha declarado su enfrentamiento radical con Estados Unidos, esta probablemente buscando aliados en esta batalla. Pero, como Ortega bien sabe, enfrentarse con Estados Unidos nunca trae buenas consecuencias. Y la perpetuación de un hombre en el poder -como hemos visto en Egipto- trae consecuencias malas. Los nicaragüenses deberían rechazar cualquier tipo de ideologización que les puede llevar a problemas profundos en el futuro, entendiendo que las revoluciones siempre llevan a la miseria.
Investigador en el Consejo de Relaciones Exteriores en Washington.
www.joelhirst.com jhirst@cfr.org www.twitter.com/joelhirst o su Facebook público Joel Hirst.
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